En el comienzo de la Edad Media, las autoridades cristianas intentarían convencer a la gente de que abandonen sus creencias y prácticas mágicas, a veces con forma de supersticiones paganas. Las élites eclesiásticas condenaron reiteradamente la superstición en los concilios y obras pastorales, mientras que los gobernantes cristianos promulgaron leyes en contra de estas creencias y prácticas.
Estas describen los diferentes tipos de actividades mágicas realizadas en ese momento. Se pueden ver ordenanzas legales contra los que realizan los actos de adivinación para predecir el futuro o conocer el destino de los reyes y sus súbditos. Las fuentes los llaman divini o divinatores, esto es, adivinos, y condena también a los que los consultan.
También condenan a quienes podían influir en la meteorología, los “tempestarii“, capaces de controlar truenos y relámpagos mediante conjuros mágicos. También se menciona a los nigromantes, del griego necros (los muertos) y manteia (adivinación); es decir, mediar con los muertos para conseguir respuestas o provocar el mal entre los vivos.
Muchas de aquellas leyes anti superstición tuvieron como objetivo a las mujeres, sobre todo por hacer curación con hierbas, nudos mágicos, encantos, pociones y amuletos. La naturaleza peligrosa de los sueños premonitorios también se atestigua en las fuentes, así como la naturaleza diabólica de los rituales mágicos realizados por los magi o los sortilegii, los magos y los hechiceros, a quienes la gente solía acudir para evitar la mala fortuna, buscar el consejo sobre futuras empresas, curar la enfermedad y atraer o prevenir el amor de otra persona.
Legislan contra populares prácticas mágicas comunes, como creer en la influencia de las estrellas y los planetas, componer o llevar amuletos y fórmulas escritas, realizar algunos rituales mágicos en los árboles, fuentes o tumbas, creer en figuras espirituales como hadas o ejércitos nocturnos y dejarles alimento y bebida durante la noche, la utilización de rituales mágicos para proteger a los niños o al ganado y un largo etcétera.
A pesar de los esfuerzos de las autoridades eclesiásticas, la amplia gama de actividades mágicas sigue apareciendo en las fuentes a lo largo de toda la Edad Media. Mostrando el profundo arraigo que tenía entre la gente y también la dificultad que tenían las autoridades cristianas para erradicarlas.
En el siglo XIV existían las visitas pastorales, llevadas a cabo en el Principado de Cataluña, en la Corona de Aragón. que eran una práctica común en aquel tiempo en muchos territorios cristianos, y que consistían en la inspección anual de las parroquias por parte de los obispos. Durante aquellas inspecciones, los obispos o sus enviados preguntaban a la gente y a los sacerdotes locales sobre el estado del culto entre ellos y el comportamiento de los feligreses. ¿Seguían las reglas cristianas? ¿Eran beligerantes, adúlteros, blasfemos o incluso supersticiosos?
En 1310, durante la visita pastoral en la diócesis de Barcelona, preguntaron a la gente sobre la presencia de hechiceros y adivinos en su parroquia. Los vecinos del pueblo de Badalona dijeron al obispo que una mujer llamada Nadala era “divinatrix et sortilega“, que la gente solía recurrir a ella con diferentes objetivos y que ella realizaba sus conjuros con una correa y también con símbolos mágicos tallados en el suelo. [“facit coniurationes suas cum corrigia et in terra cum signis coniuratoribus”].
En otros pueblos los vecinos informaron sobre mujeres, a menudo llamadas “sortilegas, divinatrices or coniuratrices” (hechiceras, adivinadoras o conjuradoras) que hacían una especie de hechizo con pan, granos de trigo, cuchillos, hierbas o piedras [“panis, grana frumenti, herba”] y eran capaces de enlazar las almas de los hombres y de las mujeres, curar la enfermedad, hechizar animales, [“facit ligationes, ligant canes et venationes”] curar o prevenir el mal de ojo y otros maleficios; también preveían el futuro, encontraban objetos perdidos mediante rituales mágicos [” facit divinationes et coniurationes furtorum”] e incluso por la noche erraban con espíritus femeninos comúnmente llamados “las damas buenas”, las hadas de la noche [“ambulat cum bonis mulieribus “].
Todas estas actividades mágicas habían sido condenadas por las leyes eclesiásticas desde el inicio de la Edad Media. De todos modos, las visitas pastorales de la Baja Edad Media muestran el arraigo profundo que tenían entre la gente, que seguían acudiendo a aquellas sortilegas, divinatrices y conuiratrices para curar las enfermedades de su familia y su ganado, resolver cuestiones sobre el amor o problemas sexuales y recuperar objetos perdidos o bienes. Sin embargo, las tentativas de cambiar la actitud de la gente hacia la magia comenzarían a dar resultado al final del Medioevo. Fundamentalmente habían dos motivos: los renovados esfuerzos de evangelización emprendidos por la Iglesia y la aparición de nuevos paradigmas científicos y teológicos surgidos de las universidades medievales.