Para comprender la dimensión artística de la sociedad medieval, hay que tener en cuenta la religión. Las mentalidades y creencias en la Edad Media transmite un panorama en que la religiosidad lo impregna todo.
En Europa, actualmente, se desarrollan las tres grandes religiones, pero serán el Cristianismo y el Islam las que tengan un mayor peso en el arte. Dios o Alá se encuentran en las plegarias de los fieles sin importar la clase social a la que pertenezcan. Sin embargo, será el mundo cristiano en el que la religión forme parte esencial de sus manifestaciones artísticas.
Si bien los musulmanes elevan mezquitas cuyo sentido plástico es innegable; elaboran multitud de objetos valiosos en los que la decoración vegetal o de escenas con animales y humanos se extienden por toda la superficie y las inscripciones siempre aluden a Alá, la funcionalidad de las obras no siempre se relaciona con la religión, sino que se vincula, a menudo, con el mundo civil, caracterizado por la suntuosidad y magnificencia.
Los califas y los emires se caracterizaban por recibir embajadas y cargar de ricos regalos a sus invitados, como, por ejemplo, tejidos de gran calidad, piezas realizadas con cristal de roca (un material difícil de conseguir y tallar y, por lo tanto, muy caro) o con marfiles.
En el mundo cristiano, el tema religioso está presente en mayor medida. Todo se hace para honrar a Dios y para adoctrinar a los devotos. ¿Habéis oído hablar de la Biblia pauperum? Se trata de Biblias ilustradas donde el texto deja paso a las imágenes para transmitir los conceptos recogidos en las diferentes historias bíblicas. Dicha idea se aplica, también, en los edificios religiosos en los que se aprovechan los espacios (capiteles, basas de las columnas, tímpanos de las puertas, bóvedas, claves, vidrieras) para aplicar decoración. Nada se deja al azar y cada representación tiene un significado simbólico que los fieles del momento comprendían con un simple golpe de vista.
La iconografía que hoy nos cuesta entender, era el método empleado para adoctrinar a la plebe inculta y analfabeta que, no obstante, lograba captar los significados de las distintas escenas religiosas. Era importante hacerles ver cuál sería su camino si pecaban en la tierra, por ello, las portadas de iglesias románicas y góticas se pueblan con imágenes del Infierno donde los pecadores son torturados y aparecen en posturas imposibles, retorcidos y sufriendo. También existen estas escenas en otros medios como la iluminación de manuscritos o algunas piezas como el conocido Cristo de Fernando I y Sancha, no obstante, estos objetos tendrían un público menor y más cultivado.
Para comprender la esencia del arte románico especialmente, es interesante mencionar un texto de San Bernardo de Claraval, Apología de San Guillermo, en el que ataca, precisamente, este tipo de imágenes sorprendentes y que, paradójicamente, se convierte hoy en una descripción perfecta de las mismas: "Pero en el claustro, bajo los ojos de los hermanos que allí leen, ¿qué provecho se saca de esos monstruos ridículos, de esas maravillosas y deformadas lindezas, de esa linda deformidad? ¿Para qué están ahí esos sucios monos, esos fieros leones, esos monstruosos centauros, esos medio hombres, esos tigres a rayas…? Ahí se ven bajo una sola cabeza muchos cuerpos, o también muchas cabezas con un único cuerpo. Aquí te encuentras bestias de cuatro patas con cola de serpiente; y allí un pez con cabeza de bestia…
En resumen, las variedades de formas diferentes que hay por todos lados son tantas y tan maravillosas, que nos sentimos más tentados a leer en el mármol que en nuestros libros, y a pasarnos el día entero asombrados por estas cosas raras que a meditar la ley de Dios. ¡Por el amor de Dios! Si los hombres no se avergüenzan de estas locuras, ¿por qué al menos no condenan el gasto que significa?" San Bernardo, Obras completas, t. II, Apología, ed. de P. Gregorio Diez Ramos, Madrid, B.A.C., 1955, p. 850. Tal vez os estéis preguntando… ¿Y qué tiene esto que ver con la magia? Pues la respuesta no es fácil. En la Edad Media las leyendas se mezclaban con la realidad, los seres fantásticos eran tan verdaderos en las mentes de la gente como los animales exóticos o, incluso, con los que convivían a diario. ¿Por qué no iban a asumir considerar que existía el grifo o el centauro al mismo nivel que el león o el elefante?
Para la gente de a pie no era fácil ver este tipo de animales así que asumían la existencia de todos ellos por igual. Algo semejante ocurría con la magia que, como el resto de los ámbitos, se vinculaba estrechamente con la religión. Los hechos “mágicos” eran los milagros obrados por los santos. Los santos se convierten en personajes muy relevantes para la sociedad cristiana. Sus vidas se relataban de manera oral pero también eran recogidas en diversas Vitas, donde se plasmaban sus biografías y los hechos más destacados de las mismas, es decir, los milagros. Estos podían ser de diversa índole como la multiplicación de comida, la intervención divina en batallas y guerras. No obstante, lo más habitual es que se tratase de curaciones.
Hoy en día, resulta chocante descubrir cómo los fieles no dudaban por un momento en las capacidades taumatúrgicas de los santos e incluso de sus reliquias. En definitiva y para concluir, tenemos que insistir en el ingrediente fundamental del arte medieval: la religión. El principal objetivo de este curso es llegar a conocer en mayor medida diferentes aspectos que fueron considerados mágicos y poderosos. ¿Os gustaría conocer como se realizaban los milagros? ¿Estáis interesados en descubrir el poder de las obras de arte en todo este proceso? ¡No os perdáis el siguiente video!