Al final de la Edad Media los nuevos enfoques racionalistas que surgieron de las universidades comenzaron a hacer a un lado las prácticas tradicionales de la magia, extendiendo una sombra de sospecha contra los hechiceros, adivinadores y magos.
A su vez, los intentos de la Iglesia para terminar con las actividades mágicas comenzaron a dar fruto gracias a la acción de los poderosos predicadores de las órdenes mendicantes los cuales comenzaron una campaña de evangelización masiva en la sociedad medieval mediante una serie de sermones convincentes en los que demonizaban las actividades mágicas realizadas por la gente.
Así es que, la ciencia racionalista por un lado y la evangelización cristiana por otro, harán al desprecio y descrédito de la magia durante los siglos de la Baja Edad Media y al inicio de la época moderna. Como ejemplo, una serie de tratados escritos por el obispo de castellano del siglo XV Lope de Barrientos. Barrientos estudió en la Universidad de Salamanca y era parte del séquito humanista del rey castellano Juan II, quien lo nombró su propio confesor y preceptor de su hijo primogénito.
A mediados del siglo XV, el obispo Barrientos escribió una serie de tres libros dedicados a su rey, en los cuales le aconsejaba sobre la magia y la superstición. Estos tres libros se llamaron el Tratado del Soñar y Despertar, el Tratado de Caso y Fortuna, y el Tratado de la Divinanza. En todos ellos, este hombre culto analizó los asuntos humanos relacionados con la magia desde una perspectiva tomística, con un enfoque empírico y materialista y con una gran confianza en la razón humana. Como él mismo declaró al principio de estos tratados, su objetivo era educar y corregir la credulidad del rey en cuanto a actividades mágicas.
Cuando leemos sus tratados, comprendemos que el concepto de magia que tenía el obispo incluía una amplia gama de rituales y creencias que iban de la astrología a las artes de las adivinaciones, desde causar el mal de ojo y otras enfermedades a los rituales de hechicería y encantamiento. Condenando esta clase de prácticas y a los que las realizaban, Barrientos también intentó refutar la realidad de tales cosas.
Por ejemplo, criticó a los que creían en la realidad del mal de ojo, que él consideró una simple enfermedad óptica, susceptible de curarse mediante procedimientos médicos. Respecto al tema de las premoniciones y la adivinación, los atribuyó a las operaciones de fantasía de la mente de la gente, que los hacían creer en cosas que no eran reales.
También habló de la creencia extendida en algunas mujeres capaces de salir de su cuerpo por la noche y entrar por los resquicios de las casas cerradas para hacer daño a los niños. Sobre esta cuestión, Barrientos argumentó la imposibilidad de tales acciones, ya que no era posible para un cuerpo con tres dimensiones penetrar por espacios tan pequeños.
Todas estas creencias mágicas, según Barrientos no eran más que el efecto de trastornos mentales o desórdenes naturales, o aún peor, eran causadas por las intervenciones de malos espíritus. Hombres cultos como Barrientos contribuyeron al descrédito de la práctica de la magia entre las élites, reforzando la confianza en la ciencia experimental y en los procedimientos médicos.
Aparte de estos hombres de ciencia, los miembros de las órdenes mendicantes también contribuyeron a la condena de las actividades mágicas por parte de la gente. Para ejemplificar esto, podemos mirar en los sermones que dieron aquellos predicadores mendicantes durante la Baja Edad Media. Debemos tener en cuenta que aquella clase de sermones, predicados en la lengua vulgar, tenían un efecto convincente entre el público, que se aglomeraba por cientos esperando la llegada de uno de aquellos predicadores admirados en sus ciudades y pueblos. [Il∙lustració Bellini: Sermó de Vicent Ferrer a Siena]. En este caso, traduciré algunas partes de un sermón dado por el predicador valenciano Vicent Ferrer al principio del siglo XV.
Cito: “Porque si tu padre, tu esposa u otra persona están enfermos, o has perdido algo, o si estás angustiado, no vayas a los adivinos, sino a Dios. […] y vosotras, mis hijas, si vuestros niños están sufriendo alguna enfermedad, no hagáis ninguna hechicería, ni vayáis a las hechiceras, porque para los niños sería mejor morir. […] las mujeres irán a confesarse y dirán: ” el niño estaba enfermo y no había ningún médico alrededor, y entonces fui al hechicero”. Y el confesor contestará: “¡Pecado has! “Y ellas se defenderán argumentando que cómo podrían ellas dejar al niño morir. Sería mejor que él muriera. […] Iba a adivinos y adivinas, a los demonios; porque todo lo que ellos hacen, lo hacen mediante la acción de los demonios. […] ¡Hechicerías diabólicas! Esto son los adivinos y adivinas, hechiceros y hechiceras que hacen cosas con hechizos, pan, botellas, platos, etcétera! Evita su presencia en tu circunscripción, si no, la ira de Dios estará sobre el pueblo y tu circunscripción.
Tales advertencias severas pronunciadas por predicadores influyentes tenían un gran impacto entre la muchedumbre. A menudo encontramos leyes locales contra las prácticas de la magia promulgadas por los gobiernos municipales justo después de la visita de uno de estos predicadores. El efecto de estas predicaciones, junto con el papel prominente que adquirieron los nuevos paradigmas científicos, contribuyó al declive de la magia durante la Baja Edad Media. No sólo conllevó el descrédito y el desprecio de tales actividades mágicas, sino que también estableció una asociación peligrosa entre los hechiceros y adivinos y las fechorías que atormentaban a la sociedad, mediante la vinculación de esta gente considerada peligrosa a la acción de los demonios y animando a la población a expulsarlos de sus pueblos. Como veremos en los siguientes módulos, esta situación sería el preludio de las persecuciones terribles que vendrían, en las que cientos de personas fueron quemadas en la estaca, acusadas de un crimen oscuro con connotaciones mágicas explícitas: el crimen de brujería.