El Solsticio en el Hemisferio Norte es una conmemoración milenaria celebrada por todas las culturas ancestrales de la historia. La fecha señala la entrada del invierno, un momento de mínima luz solar, el día más corto del año. Documentado en Yáñez Vega (2002), Gadea Saguier (2007) y Goldstein (2007) podemos sintetizar de ellos algunos esbozos históricos:
Griegos, Romanos o Celtas celebraban la noche de San Juan con verbenas, música y danzas que incentivaran a las fuerzas de la naturaleza, para influir en el destino próximo inmediato, tener buena suerte, un buen amor, o pedir salud y prosperidad a dichas fuerzas naturales. Para los Griegos ésta fecha estaba destinada al culto del dios Apolo al que tributaban con procesiones de antorchas pidiéndole que no dejase en tinieblas a su pueblo, creían que la magia del Solsticio abría las puertas de lo incógnito y por un breve lapsus el hombre podría gozar de los privilegios de los dioses; de ahí la leyenda Griega de poder traspasar los espejos o visitar mundos paralelos.
En España, durante la dominación Árabe, confraternizaban judíos, católicos y musulmanes unidos por la mágica fiesta del Sol y el fuego. En Alemania la reunión popular alrededor de las hogueras unía a varias generaciones y pueblos distantes. En Francia la hoguera solsticial era prendida por el propio Rey.
Similares formas culturales las tenemos en la civilización Hindú cuyo dios del fuego “Indra” es adorado entre fogatas y cánticos espirituales. En estas mismas fechas, ellos engalanan sus hogares, preparando piras purificadoras de las cuales conservarán sus cenizas por todo el año siguiente, además que por las formas que toman las llamas y con las cenizas que quedan, los Hindú profetizan el porvenir.
Este simbolismo y ritos paralelos eran compartidos por pueblos distantes, inconexos, separados del Viejo Mundo por el Océano Atlántico o el Océano Pacífico. En el caso de los Incas en Perú, dice Yáñez Vega (2002) que los dos festivales primordiales del mundo Incaico eran el Capac-Raymi (o Año Nuevo) que tenía lugar en diciembre y el que se celebraba cada 24 de junio, el Inti-Raymi (o la fiesta del Sol) en la impresionante explanada de Sacsahuamán, muy cerca de Cuzco. Justo en el momento de la salida del astro Sol, el Inca elevaba los brazos y exclamaba mirando hacia el cielo para pedirle al Sol que desapareciera el frío y trajera el calor. Este gran festival se sigue practicando y representando hoy en día para conmemorar la llegada del Solsticio de Invierno. Los habitantes de la zona se engalanan con sus mejores prendas al estilo de sus antepasados Quechuas y recrean el rito Inca muy similar tal y como se realizaba durante el apogeo del Tahuantinsuyo.
Todo el continente Americano conserva éste tipo de Ritual dentro de su folklore. En México los guerreros Aztecas se caracterizaban por su sentido del deber con respecto al vínculo con el Sol y la “renovación de los fuegos”. Los Mayas de la Península de Yucatán y Meso América continúan hoy en día, tal cual sus antepasados de centurias atrás, celebrando con ritos, cánticos, vestimentas y comidas, la magia del Solsticio para sembrar y obtener buenas cosechas. Los indígenas Norteamericanos siguen perpetuando sus ritos mágico-simbólicos entre hogueras y danzas solares. En los Estados Unidos, hasta el día de hoy, se celebran los Solsticios de Verano en coincidencia con el 24 de Junio día de San Juan Bautista, y el de Invierno el 27 de Diciembre día de San Juan Evangelista.
En Israel, el Solsticio de Verano es llamado “Fiesta de la Flor” y su origen está en la festividad Alemana de “Rosenfest”, Fiesta de la Rosa que se celebra en Tenida Blanca en honor de las damas en símbolo del cariño, el respeto y la admiración que se tiene por la mujer.
Caldeos, Egipcios, Cananeos, Persas, Sirios, Fenicios, Griegos, Romanos, Hindú, y casi todas las culturas desarrolladas e imperios, han celebrado durante el Solsticio Invernal el parto de la “Reina de los Cielos” y la llegada al mundo de su hijo, el joven dios Solar. En la mitología del culto al Sol siempre se destaca la presencia de un joven dios que cada año muere y resucita encarnando la vida cíclica de la naturaleza (Flor Pinto, 2002). El Sol representa el padre y el principio generador masculino. En la Antigüedad civilizada los monarcas de todos los imperios se hicieron adorar como hijos del Sol. En este contexto, la antropomorfización del Sol en un dios joven presenta ejemplos bien conocidos en Horus, Mitra, Adonis, Dionisos, Krisna, Hermes, Buda o el propio Jesús (Rodríguez, 1997; Flor Pinto, 2002). En el antiguo Egipto se creía que Isis, la virgen Reina de los Cielos, quedaba embarazada en el mes de marzo y que daba a luz a su hijo Horus a finales de diciembre. El dios Horus, hijo de Osiris e Isis, era “la sustancia de su padre Osiris”, de quién era una encarnación. Fue concebido milagrosamente por Isis cuando Osiris ya había sido muerto y despedazado por su hermano Seth o Tifón. Era una divinidad casta –sin amores- al igual que Apolo, y su papel entre los humanos estaba relacionado con el Juicio ya que presentaba las almas a su padre.
Era el Christos y simbolizaba el Sol. El dios Mitra de la religión Iraní (Persa) anterior a Zaratustra, era muy significativo en el Imperio Romano hasta el siglo IV d.C., y era una divinidad Solar al igual que el dios Mitra Hindú, hijo de Adití la personificación del Sol. Muchos siglos antes de Jesús-Cristo, el dios Mitra de los Persas ya había nacido de virgen el 25 de diciembre, en una gruta, siendo adorado por pastores y magos, obró milagros, fue perseguido, acabó siendo muerto y resucitó al tercer día (Rodríguez, 1997). Como lo hicieron igual los dioses Horus y Osiris de los Egipcios y los dioses Hércules, Baco y Adonis de los Griegos (Flor Pinto, 2002). Los partos virginales se han repetido constantemente en la historia milenaria de la conjunción “hombre-mito solar”, y anteceden por mucho al de la “virgen María” dando a luz a Jesús. Mucho antes la virgen Devaki da a luz en un establo al dios Krisna en medio de pastores. Igualmente se afirma que nacieron de vírgenes Zoroastro, Quetzalcoatl, Apolonio, y otros (Flor Pinto, 2002).
Desde tiempos inmemoriales en las culturas más heterogéneas, la época de Navidad ha representado el advenimiento del Solsticio por excelencia, como hecho cósmico que podría garantizar la supervivencia del hombre pagano y el renacimiento cíclico de la principal divinidad salvadora (Gadea Saguier, 2007). Eso explica que el natalicio de los principales dioses Solares de las culturas agrarias precristianas –como Osiris, Horus, Apolo, Mitra, Dionisio/Baco y otros-, se situara durante el Solsticio de Invierno. Más aún, el natalicio de Jesús, el “salvador cristiano” fue ubicado el 25 de diciembre, fecha en la que hasta finales del siglo IV de esta era se conmemoró el nacimiento del Sol Invencible (Natalis Solis Invicti) en el Imperio Romano. De esta forma entre los años 354 y 360, era del Papa Liberio (352-366), se tomó por fecha inmutable la noche del 24 al 25 de diciembre coincidente con el “nacimiento del sol invencible”, la misma fecha en que todos los pueblos contemporáneos festejaban la llegada del Solsticio de Invierno. Es claro que el verdadero origen de la Natividad católica, sobrepuesta al Natalis Solis Invicti, orientó a los creyentes a que ese día no lo dedicasen al Sol, sino al “creador del Sol”.